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viernes, 7 de enero de 2011

Freno a los terremotos de la vida

Era un día más como todos, parecía que ninguna novedad acontecería pero la vida, siempre nos da sorpresas.
Antes de contar el hermoso significado de: “una nueva oportunidad” tengo que contarles que no todo es fácil en la lucha por la supervivencia en una isla llamada tierra.
Viendo las documentales de Haití, escuchar que las mujeres eran las persona más idóneas para buscar los alimentos de la ayuda humanitaria, que dicho país recibía para los damnificados, por el último terremoto que se cobró más de 150000 víctimas, recordé un hecho donde comprendo el porque es así, aunque existen excepciones.
De esto no hace mucho trabajé para una agencia de remises como chofer, quiera o no quiera, es como que uno actúa como confesor, psicólogo, padre y tantas figuras que representan el hombro necesario para descargar nuestras angustias, cuitas, malestares.
Mi oración es todos los días: “Dios dame una nueva oportunidad donde pueda demostrarle al mundo lo todopoderoso que sos para esta humanidad desesperada”, “Dios solo vos me podes hacer Justicia”, pero existen momentos donde ya no es un Dios lejano es un ser cercano, que no lo vemos, pero Él está, y es en ese momento que lo llamamos: “Padre”, “Papá ayudame, te necesito”.
No estoy hablando del concepto de algo opiante como lo inventado por los hombres sobre cierto tipo de religiones que lo único que hacen es trastornar la frágil mente de los desesperados. Estoy hablando de la vida, de una forma de vivir diferente, con una constante expectativa al decir: “¿En que te puedo ser útil?”, ¿”Cómo puedo ser un canal para ayudar a mi próximo?” y es allí donde el universo me sacude, porque lo que usted piensa que nunca sucederá, sucede.
Entonces en uno de los tantos viajes que hacía, subió una clienta. Suele suceder que los ojos, gestos, revelan el como nos sentimos y ese día yo sentía una atmosfera densa, en aquel momento en una forma graciosa le digo: “Bueno relájese, recuéstese y cuénteme”, eso es lo que normalmente le dice un psicólogo a usted, cuando se recuesta en el sillón. Fue automático poco a poco abrió su corazón me dijo: “Que pensaba irse de la Isla, que vendía todo, que se divorciaba”, pero es allí donde se enciende una lámpara indicando la existencia de una razón por todo lo enumerado por la vecina. Profundizo y descubro su dolor, el diagnóstico por estudios de un cáncer. Cuando me dijo esta realidad, en lugar de asustarme, bajarla del auto, cortar la sesión del psicoanálisis, le dije: “ah, ¿era eso nada más?”.
Renglón seguido mientras manejaba le conté de miles de casos donde Dios literalmente había hecho un milagro, cuando la ciencia no tenía nada que decir o hacer. Le narré de casos donde otros salieron airosos, porque les decía a los inválidos, que existen momentos en la vida donde uno tiene que poner las cuentas claras con Dios y allí el Supremo se transforma en el mejor medico clínico, cirujano, psicoterapeuta, en pocas palabras en todo lo que nosotros necesitamos para recuperarnos en todo sentido.
Me despedí de ella contándole como varias personas aquí en mi ciudad habían recibido hechos, imposibles de explicarlos con las estadísticas sobre enfermedades terminales, transformadas en salud y todo por escuchar la palabra justa en el momento justo.
¿Como termina esta historia?.Mientras se bajaba del vehículo y la despedía, le dije dos veces en forma reiterativa, mirándola fijamente a los ojos: “Dios tiene la última palabra”. Conclusión a las dos semanas vuelve a subir una persona que creía conocer, sí era mi vecina, acto seguido me dice: “tengo una sorpresa para darle”, esta vez hablamos menos, pero me dijo: fui al especialista que me detectó el cáncer y miró mis exámenes de rutina, me miraba, y remiraba diciéndome: “No puede ser”, le pregunté: “¿Que no puede ser?”, el médico me respondió: “No sé lo que pasó, pero no tenés más el cáncer”.
Acto seguido ella se despidió, se bajó del remis, nunca más me la cruce, porque dejé de manejar el remis. Me quedé solo, me refregué los ojos, secándome alguna que otra lágrima y con mis ojos llorosos elevados al cielo volvía a decirlo una vez más: “Que bueno que sos papá”. “Lo volviste hacer”. “Que feliz me siento de tenerte por Padre, porque a mis vecinos/as, vos también les haces regalos como a mí”.
Mustapic Federico Antonio .

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