Dos Bombas destruyeron el sueño de toda una Nación. No lo volvamos a repetir.
Sobran las razones para fundamentar el porque existe permanentemente una guerra de ideologías y ambición de poder por parte de aquellos que hoy están atornillados al sillón del poder.
Tan solo leer la historia de dos superpotencias de aquel entonces me hace pensar ¿qué pasaría si esto aconteciese en TIERRA DEL FUEGO?.No estamos tan lejos, no de la guerra, antes bien y sí,muy cerca de las consecuencias de esta. Para destruir es muy sencillo necesitamos una mala administración, la cual nos llevaría al caos financiero y la posibilidad de recuperarnos sería remota.
Pero todavía SE PUEDE.Esta vez debemos mirar las calles, los servicios, la seguridad, el trabajo y las consecuencias de estos en nuestros hijos, nuestras esposas, nuestros esposos.
Todo aquello que se declama y ya casi no se puede sostener. Existe una Crisis Financiera Encubierta por todos lados y los números no cierran.
Es tiempo de cambio urgente y antes que sea tarde para recuperar la economía de nuestra provincia. Busquemos por primera vez en la historia de una provincia poner personas honradas en todos los estamentos, personas que no estén vinculadas a negociados, que no sean traidores.
BUSQUEMOS UN NUEVO FUTURO PARA NUESTRA NUEVA PROVINCIA. TODAVÍA SE PUEDE.
Para analizar las razones que originaron el inicio de la guerra entre Japón y Estados Unidos, es necesario tener en cuenta el estado de la economía mundial y la situación geopolítica de los años 1920-1940.
En aquella época, no había una política de libre mercado y los recursos naturales asiáticos más importantes, como el petróleo, el caucho y minerales y productos naturales estratégicos, estaban en poder de las potencias occidentales que imponían sus condiciones en el Pacífico sin importarles la situación socio-económica de los demás pueblos. En este contexto, la noción de adquisición del espacio vital, de expansión indispensable para poder tener acceso a los recursos naturales sin verse sometido a la voluntad de los países occidentales, era una coyuntura vital que originó el surgimiento de castas militares que promovían el nacionalismo a ultranza, como único medio para tener acceso a los recursos indispensables para el desarrollo. En el Japón, influenciado por una casta militar incondicional, el gobierno encontró muy fácil camino en la vía de la mística fanáticamente nacionalista, que cobró tal intensidad que a su lado las aspiraciones del nacionalismo alemán resultan ser meras ilusiones sentimentales. A comienzos de 1927, el Primer Ministro Tanaka propuso en su plan de gobierno la expansión para extender el Imperio Japonés a los territorios de Manchuria, norte de China, Corea, Siberia y las Indias Orientales. El ministro no tomaba siquiera en cuenta la posible reacción de Estados Unidos que contaba con fuertes intereses en el Pacífico, al igual que Gran Bretaña y los Países Bajos.
CADA POLÍTICO DE AQUEL ENTONCES NI SIQUIERA PENSABA EN EL PUEBLO Y EL SUFRIMIENTO QUE TODOS HABRÍAN DE PADECER, POR LAS DECISIONES MAL TOMADAS DE AQUELLOS. ¿DIGO YO NO ESTARÁ PASANDO ESTO EN TIERRA DEL FUEGO EN TODO AMBITO, ADEMÁS DEL POLÍTICO?
A las 8:15, el bombardero B-29, Enola Gay, al mando del piloto Paul W. Tibblets, lanzó sobre Hiroshima a little boy, nombre en clave de la bomba de uranio. Un ruido ensordecedor marcó el instante de la explosión, seguido de un resplandor que iluminó el cielo. En minutos, una columna de humo color gris-morado con un corazón de fuego (a una temperatura aproximada de 4000º C) se convirtió en un gigantesco hongo atómico de poco más de un kilómetro de altura. Uno de los tripulantes de Enola Gay describió la visión que tuvo de ese momento, acerca del lugar que acaban de bombardear: parecía como si la lava cubriera toda la ciudad.
Después de la explosión sobre Hiroshima, los norteamericanos esperaban la rendición inmediata de Japón. Pero esto no sucedió. El alto mando japonés dio por hecho que los Estados Unidos sólo tenían una bomba atómica y, ya que el daño estaba hecho, se mantuvieron en armas. Sin embargo, esta actitud de los japoneses fue prevista por los estadounidenses y, para demostrar que tenían más bombas y de mayor fuerza destructiva, arrojaron una segunda bomba.
El 9 de agosto, a las 11:02 de la mañana, el espectáculo de la aniquilación nuclear se repitió en Nagasaki, situada en una de las islas menores de Japón llamada Kyushu. El bombardero B-29, Bock’s Car, lanzó sobre esa ciudad industrial a fat boy, una bomba de plutonio, con la capacidad de liberar el doble de energía que la bomba de uranio.
El efecto psicológico inmediato a la destrucción fue la parálisis. La población entró en una especie de inacción. La limpieza de las ciudades y el rescate de cuerpos se organizó en algunos sectores hasta algunas semanas después de la explosión. Otro de los efectos que causó la explosión fue la sensación de terror constante. La incursión de un solo avión en el cielo provocaba el pánico colectivo. En la conciencia histórica de Japón, la explosión de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki dejó una cicatriz imborrable.
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