Hace muchos años me compartieron varios hechos milagrosos, los cuales coincidían con la fecha navideña. Una de ellas, al
escucharla
me produjo un nudo en la garganta por la emoción y se las quiero
compartir. Puede que hoy día, se vuelva a repetir la misma experiencia
de “LA MAMÁ POBRE”. No era una Navidad más, esta había llegado con más
frío de lo normal para esta época. Jamás cayó tanta nieve como esta
Navidad. Se notaba el frío
porque no había gente por las calles, salvo aquellos que circulaban por
razones de urgente necesidad.
Los carámbanos, cada hora que pasaba, más
grandes se
hacían. Las chimeneas de muchos hogares despedían un humo blanco y el
calor de los leños encendidos. Vecinos en diversos comercios,
hablaban de la Navidad y que hermoso era compartir un chocolate
caliente, sentados todos juntos, contemplando el fuego acogedor de un
hogar a leña. Hogar que no todos tenían y aquellos que lo tenían lo
encendían durante el día porque no disponían de tantas riquezas para
encender la leña durante toda la noche, estos humildes vecinos tenían
buenos cobertores o frazadas para soportar el frío invierno del Norte.
Un leñador cada tanto traía al pueblo la leña, para venderla y así la
gente podía pasar este crudo invierno con el calor de un hogar
encendido. Las calles estaban desiertas y por una de ellas avanzaba una
mujer pobre,
con sus ropas gastadas, de tanto lavarlas. Muchos años transcurrieron desde la
última vez que algo de ropa había comprado para su familia. Su
rostro reflejaba muchas batallas y con ellas las tantas derrotas
sufridas. Pero
ese día había decidido cambiar el curso y el resultado de sus antiguas
batallas. Ese día se despertó con otro pensamiento. Externamente parecía
destruida, pero internamente ese día después de muchos años amaneció
con un pensamiento diferente. Ella decía en su interior: “Hoy es el mejor día de mi vida y lo voy a vivir plenamente”.
No
obstante, temblando de frío y con reverencia, entró en un almacén. Esta
pobre mujer se acercó al dueño del comercio y, de una forma muy
humilde, con la voz entrecortada se dirigió a
él, preguntándole si podía llevar algunas cosas a crédito. Con voz
suave, le explicó a su interlocutor que su esposo estaba muy enfermo y
que no podía trabajar; que además tenían siete niños y necesitaban
comida. El dueño, con gesto antipático, le pidió que abandonara su
despensa.
La mujer, madre de siete criaturas no se rindió porque ella conocía su necesidad y la penurias por las que su familia estaba pasando, no se rindió ante la respuesta del huraño ser e insistió diciendo:
- Por favor, señor .Se lo pagaré tan pronto como pueda.
El
dueño le dijo que no podía darle crédito ya que ella no tenía una
cuenta de crédito en su almacen. De pie, cerca del mostrador, se
encontraba un cliente que escuchó la conversación entre el almacenero y la mujer. El
cliente se acercó y le dijo al propietario que él se haría cargo de lo
que la mujer necesitara para su familia. El dueño preguntó a la mujer:
- ¿Tiene usted una lista de lo que quiere comprar?.
La mujer dijo: - Sí señor.
- Está bien, dijo el dueño, ponga su lista en la balanza y lo que pese su lista, yo se le daré en comestibles.
La mujer titubeó por un momento y agachando
la cabeza, se preguntaba para su interior: “¿Qué tipo de comestibles me
darán frente al peso de una hoja de papel?”, pero ella cobró fuerzas de
su interior, decidió luchar, buscó en su cartera un pedazo de papel y
escribió algo en él. Puso el pedazo de papel, aún cabizbaja, en la
balanza de la justicia de ese hombre insensible.
Luego
sucedió lo increíble, perplejos los ojos del dueño y del noble
caballero, se llenaron de asombro cuando el plato de la balanza con ese
pedazo de papel, se fue hasta lo más bajo y se quedó así inmóvil desde
el inicio hasta el final de ese momento tan humilde que compartieron los
tres involucrados.
Fue un instante solemne donde el cielo y la tierra se juntaron con un propósito.
El dueño del local, incrédulo no dejaba de mirar la balanza impertérrita, para decir en todo momento:
- ¡No lo puedo entender!
El parroquiano sonrió y el dueño comenzó a poner comestibles al otro
lado de la balanza. La aguja de la balanza no se movía, por lo que
continuó poniendo más y más comestibles hasta que ya no
se pudo colocar más cosas en el plato contrario al que tenía el papel
como contrapeso. El almacenero se quedó allí, parado, asombrado y
furioso. Finalmente, agarró el pedazo de papel y lo miró y leyó con
mucho más asombro.... No era una lista de compra, era una oración que
decía:
"QUERIDO Y SOBERANO DIOS, TU CONOCES MIS NECESIDADES. DEJO NUESTRA DESESPERACIÓN EN TUS MANOS".
El almacenero le entregó todos los
comestibles que había reunido en el plato de la balanza y quedó allí en
una actitud ahora reflexiva, cabizbaja, humilde, en silencio. Luego la
mujer humildemente le dio las gracias y abandonó el negocio con la frente en alto.
No
obstante el cliente garante, de la mujer, le entregó un billete al
dueño, muy importante que superaba con creces lo entregado a la madre de
la familia pobre. El noble hombre después de pagar los gastos de dicha
mujer comentó:
- Valió
la pena pagar cada centavo de la compra, POR FIN SUPE LO QUE ES LA FE y
lo que hace muchos años leí en un libro sagrado que decía:
“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.”
“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.”
“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.”
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.”
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia.”
“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.”
“Bienaventurados los que hacen la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.”
“Bienaventurados los que son perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.”
DIOS responde siempre a una oración, de un angustiado.
Aquella
Navidad, fue distinta para la familia de LA MAMÄ POBRE. Los niños se
regocijaban entorno a la mesa milagrosamente proveída de una cena
navideña.
El papá y la mamá invitaron a sus hijos a dar gracias a Dios por su milagroso abastecimiento e infinita bondad.
Personalmente aún creo que estos milagros hoy día suceden.
Mustapic Federico Antonio