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miércoles, 16 de marzo de 2011

¿LOS NIÑOS DE FUKUSHIMA, SERÁN LOS DE CHERNOBYL?

Por respeto a ellos, los niños de aquel momento, el de Chernobyl, solo mostraremos a los sobrevivientes felices a pesar de sus deformaciones ocultas y de sus genes alterados. Niños condenados a procrear generaciones deformes, con la marca del hombre que ignoró las advertencias de los sabios.
A consecuencia de la radiactividad recibida en el momento de la explosión y en los meses siguientes, unido a la contaminación que persiste en una zona similar a un tercio de España, los niños nacidos tras el accidente de Chernobyl muestran una altísima incidencia de malformaciones, enfermedades debidas a la debilidad del sistema inmunológico y distintos tipos de cánceres.
Aunque el número de leucemias detectados es más bajo de lo que se esperaba, la incidencia de cáncer de tiroides en niños menores de 14 años ha doblado ya la cifra prevista hasta el 2006, que es cuando se espera la incidencia máxima. En la actualidad hay 380.000 niños afectados.
Pero todavía queda una terrible secuela que mostrará su dureza en el futuro: las deformaciones congénitas de los niños que nazcan en generaciones futuras y obliga a las mujeres ucranianas y bielorrusas a someterse a continuas pruebas para detectar las posibles malformaciones.
La catástrofe de Chernobyl ha dejado claro al mundo que las consecuencias ecológicas, sanitarias y económicas de un accidente nuclear son incalculables; pero, sobre todo, ha demostrado también que los riesgos de la energía nuclear suponen una amenaza que no conoce fronteras, ya que la radiactividad que se libera, se extiende a miles de kilómetros de las centrales, dejando en evidencia los planes de emergencia nuclear y las zonas de exclusión.
En un principio se aseguró en medios oficiales, que un accidente como el de Chernobyl sería imposible en los reactores occidentales, al estar dotados de medidas de contención que evitarían la salida de la radiactividad al exterior, en caso de accidente. Pronto se vieron obligados a reconocer la realidad: las contenciones occidentales tampoco soportarían una explosión como la de Chernobyl. Y aunque las medidas de seguridad son mayores, el riesgo de fallo técnico o error humano no está descartado: el accidente ocurrido en Tokaimura (Japón) el 30 de septiembre de 1999 ha acabado definitivamente con el argumento de que las instalaciones nucleares del mundo occidental eran seguras. En España, el accidente de la central de Vandellós I en 1989, que provocó su cierre definitivo, estuvo a punto de provocar una catástrofe nuclear.
Fuente: El CiberEspacio
Mustapic Federico Antonio

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