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miércoles, 4 de agosto de 2010

Algo más que terremotos. ¿Platos voladores, O.V.N.I. en el lago Fagnano?

Esta historia y vivencias pertenece al libro Bahía de Los Renos.
Daniel y yo solo esperamos que con este nuevo capítulo sepan que todavía el Edén existe, esta en la TIERRA DEL FUEGO A.I.A.S. y se llama LAGO FAGNANO.

Capítulo IV
Mas allá del Sol

Ver el sol cual una barca llena de oro deslizándose por el cielo límpido sobre el lago Fagnano, ocultándose a altas horas de la noche porteña, le daba un toque de fantasía.
Parecía que jamás se ocultaría y que tendríamos días sin noche. Pues el astro rey se ocultaba cerca de la medianoche, para asomarse alrededor de las tres de la mañana.
En uno de esos días tuve una visita del sol, mi imaginación voló, me recordó a los dragones chinos llenos de luces, los cuales se contorneaban acompañados por el fuego, luego de esta impresión repentinamente de la nada en una forma abrupta sentí un gran estruendo metálico.
Mi primera impresión fue como que un gigante dejó caer un contenedor descomunal desde una montaña y este golpeo la ladera de la misma una y otra vez. El ruido parecía no cesar más. Era un retumbe donde escuchaba como que algo se caía y aporreaba una y otra vez la pendiente del cerro. Cada ruido como estos, alteraban a mis únicos amigos, Gorgo y el Topo, los cuales salían disparados como para enfrentar estos extraños ruidos, también parecía que buscaban algo en medio de estos estruendos. Lo extraño era que en esos momentos sentía como un cosquilleo en la planta de mis pies. Los perros casi siempre gruñían para el mismo lado, hacia arriba y en sentido hacia Chile.
El ruido no venía de muy lejos como de 2 Km. de allí, al menos me parecía a mí.
Hablando con lugareños, me comentaban que no eran truenos, si no pequeños temblores de tierra. Por el otro lado me enseñaban, educaban al explicarme que estos temblores permanentes eran mejor, que no tenerlos en una falla como la del Fagnano, ya que de no tener esto sucesivos temblores podría terminar en un terrible terremoto.
Muchos científicos visitaban en otros años el lugar para estudiar sobre la falla que nace del lado chileno en el Seno del Almirantazgo.
Para no aburrirme algunas veces solía preparar asados, o cocinar tortas a la parilla, mientra esperaba el fruto de mis artes culinarias, la inseparable excelencia la Sra Radio me hacía compañía.
Por el otro lado tenía mis permanentes comensales, los cuales disfrutaban de mis menús, ellos solo se echaban cerca de la fogata, esperando algo que garronear de su amo.
Entre las muchas noches, solían aparecer unas luces extrañas, las cuales recorrían la costa del lago por sus márgenes, siempre estaban frente a mí del lado izquierdo mientras yo me encontraba a la derecha. Parecían platos voladores, porque bajaban o subían bruscamente, no había creación humana que podría hacer semejante maniobra voladora.
Lo interesante era que los perros no se daban por enterado. Estas luces eran muy silenciosas.
Recuerdo una noche, cuando me vinieron a buscarme para la ciudad, los dueños del lugar estando ellos solos en la playa me gritaron “vení a ver lo que hay en las montañas”, a lo que les pregunté: ¿no me digan que es por el tema de las luces?. A lo que renglón seguido les dije eso lo veo cada noche y casi siempre…
Por el otro lado esta compañía me hacía recordad mi soledad en el invierno cuando los perros eran los seres más próximos a mi.
Era lindo en esa época invernal pasarme frente a la salamandra, escuchar el chisporroteo del carbón de la leña, ver el paisaje de la cordillera toda nevada, mientra estoy vestido con ropa de verano, remera y pantalón medio corto tipo bermuda, con la cabaña en medio de un paraíso salido de un cuento de hadas.
Seguro “Mirol” ni se imaginaba que había un fiel oyente suyo, en un lugar remoto perdido en el último confín de la tierra, llamado Bahía de los Renos… Que maravilla la tecnología, que nos acerca el mundo, aunque más no sea por medio de las comunicaciones por ondas radiales.
Tenía mi deporte, el cual consistía meterme en el bosque con hacha en mano y estar de dos a tres horas haciendo leña. En esos momentos cuando hacía un pequeño descanso podía escuchar una quietud tal que el silencio dolía, se volvía denso, hasta se podía escuchar sus notas las de la quietud absoluta. (Pensar que yo no podía estar sin compañía y menos quedarme mudo). Pero a pesar de todo ello, era feliz, si realmente feliz.

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