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viernes, 20 de agosto de 2010

Recordando a mis otros Amigos. Con Daniel Robledo en el Lago Fagnano - Bahía de los Renos

Capítulo V
Ellos y Yo .
Una noche me sorprendió la naturaleza, con el cielo lleno de los relámpagos, con truenos por todas partes, era mi primera tormenta eléctrica en Tierra del Fuego. Lo rayos caían y parecían que entraban por las ventanas… tuve pánico, parecía el Fin del Mundo.
No entendía como los perros atacaban a estos fenómenos de la naturaleza. Me defendían contra rayos y centellas. Parecían que estaban locos. El temporal de refucilos duro como 10 minutos, para mí fue la tormenta perfecta y más larga del siglo.
Al otro día amaneció calmo, en medio del silencio se escuchaba un ¡Toc!, ¡Toc!...luego los perros ladraban a un árbol y en la parte alta de un árbol se veía la cresta roja de un hermoso pájaro carpintero, su plumaje negro en todo su cuerpo, la hembra lo acompañaba con un color un poco más claro y un copete de plumas blancas.
Mientras que otra pareja de patos salvajes nadaban en las frías aguas de la bahía.
Y a la hora cuando la tierra espera por la compañía de su pareja inseparable, la luna, salí como para preparar el mate, enterré la yerba vieja, mientras veía como “Gorgo” venía contento al trotecito hacerme compañía.
Más allá donde terminaba la bahía y se unía con el gran lago, dos gansos salvajes sobre una roca dormitaban.
Mientras disfrutaba de este bellísimo momento, Gorgo desapareció.
En eso, como una bola rojiza, en una forma intempestiva surgió de la nada del verde bosque, una bestia que por la distancia no llegaba a distinguir que era, se abalanzo sobre la pareja de gansos los cuales arrojándose al agua a duras penas pudieron escaparse de las fauces asesinas, si luego me dí cuenta era mi compañero y fiel amigo de las mil y un travesuras, “Gorgo”.
En una de las tantas excursiones por el bosque, el otro fiel amigo correteaba a unos patos que ante la estampida del Topo, levantaban vuelo salvándose a duras penas, el más rezagado.
Pero el que se llevaba los laureles “del terror de la bahía” era Gorgo, rápido como la flecha que salía de la cuerda de un arco, lograba atrapar patos para hacerse su festín, un día a duras penas, tras un reto enérgico al perro, salvé a un pato de sus fauces. El pobre ave se escapó ante un reto y distracción del perro, no supe más que le pasó, solo sé que después de la mordida no pudo volar y huyó por el agua mal herida. Pero Gorgo plantado sobre la playa, no le sacaba la vista al pobre pájaro
Gorgo era un perro muy ágil, podía correr, trepar y saltar por los troncos caídos.
Los perros eran aprovisionados de su comida en el recambio, se les traía entre 20 y 30 Kg. De huesos y bolsas de alimento balanceado, pero no alcanzaba para disminuir el instinto cazador de ambos animales.
Ambos eran tan territoriales que diez kilómetros a la redonda no andaba ni un zorro.
A veces al atardecer salían a hacer sus fechorías y regresaban junto a mí después de 3 o 4 horas. El estado higiénico de mis amigos guardianes a su regreso era calamitoso, transpirados, embarrados otras veces. Solo Dios sabe que pillería estuvieron perpetrando. Pero era de esperar de este duo dinámico, de perros jóvenes por lo tanto llenos de energía para gastar, a tal punto era su estado atlético por así decirlo que podían estar 8 horas corriendo sin parar, perseguir a un guanaco solitario era como su deporte preferido.
Pero los guanacos que nos visitaban a la bahía, algunas veces eran grandes y como tales sus zancadas eran enormes, el peso de estos animales oscila entre los 100 y 150 kilos de adulto y su velocidad máxima está en los 50 Km., no obstante le es muy difícil que se le escape al depredador de Gorgo, mi compañero y amigo en este paraje. Gorgo una velocidad tal que hasta a mí me sorprendió me parece que algún ancestro suyo fue un Velociraptor de la época del Jurásico, ya que no el tiene miedo a nada y persigue a todo bicho que se nos acerca.
Cuando volvían de sus excursiones noctámbulas les preguntaba: ¿si habían casado algo?, me miraban con extrañeza, pero sus ojos, más el golpeteo de sus colas sobre objeto que se le cruzaba, al deambular de un lado para el otro delataban el estado de felicidad de los mastines.
Federico Antonio Mustapic

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