SOMOS NOSOTROS
Luego de escribir el día de ayer con referencia a la proeza y record de Félix Baumgartner, pensaba que podemos compartir con tantas visitas que a diario se suman al blog, buscando una distensión para empezar una excelente semana laboral.
Luego de pensar y pensar creo que el tener el ánimo bien arriba, es el gran secreto para cada día de nuestra vida, por tal razón les comparto una historia, que viene a desplazar las mentiras o acosos por los cuales nos vemos perturbados de aquellos que tienen espíritus miserables y necesitan de nuestra ayuda para recuperar la razón de su existencia sobre esta tierra.
Una vez un baqueano, que andaba escalando la cordillera, encontró
entre las rocas de las altas cumbres un extraño huevo, demasiado grande
para compararlo con el de una gallina. Además hubiese sido difícil que
esta ave de corral llegara allí para depositarlo. Imposible que fuese
de ñandú.
No conociendo su origen, decidió sustraerlo del lugar.
Regresando a su casa, se lo confirió a la patrona, como un trofeo de su incursión por las altas cumbres andinas.
Su
esposa recordó que justamente tenía una pava empollando una nidada de
huevos recién colocados. Viendo que más o menos era del tamaño de los
otros, fue y colocó también a este debajo de la pava clueca.
Dio la casualidad que para cuando empezaron a romper los cascarones los
pavitos,
también lo hizo el pichón que se empollaba en el huevo traído de los
Andes patagónicos. Y aunque resultó un ave no del todo igual, no
desentonaba demasiado del resto de la nidada. Y, sin embargo, se trataba
al final de cuentas de un pichón más. Aunque había nacido en un
ambiente de pavos, la vida le venía de otra fuente.
Como no tenía
de donde aprender otra cosa, el pichoncito imitó lo que veía hacer.
Piaba como los otros pavitos, y seguía a la pava grande en busca de
gusanitos, semillas y desperdicios. Escarbaba la tierra, y a los saltos
trataba de arrancar las frutitas maduras del “calafate”.
Vivía en
el corral, y le tenía miedo a los “caranchos” que muchas veces venían a
disputarle lo que la patrona tiraba en el patio de atrás, después de
las comidas. De noche se subía a las ramas de una vieja araucaria más
muerta que viva, por miedo de las cimarrones y otras alimañas. Vivía
totalmente imbuido de la pavada, haciendo lo que veía hacer a los demás.
A veces se sentía un poco extraño. Sobre todo cuando tenía oportunidad de estar a solas. Pero no era frecuente
que lo dejaran solo. El pavo no aguanta la soledad, ni soporta que los
otros se dediquen a ella. Es ave de bandada, de sacar pecho para
impresionar, de abrir la cola y arrastrar el ala. Pero cualquier cosa
que impresione, es inmediatamente respondida con una sonora burla. Cosa
muy típica de estos pajarones, a pesar de ser grandes, no vuelan, son rastreros.
Un
mediodía de cielo claro y nubes blancas allá en las alturas, nuestra
extraña ave quedó sorprendida al ver ciertas aves que planeaban
majestuosas, casi sin mover las alas. Sintió como un sacudón en lo
profundo de su ser. Algo así como un llamado de sus ancestros que
inspiraban su instinto animal. Sus ojos acostumbrados a mirar siempre al
suelo en busca de comida, no lograban distinguir lo que sucedía en las
alturas. Pero su corazón despertó a una nostalgia poderosa. ¿Y él,
porque no volaba así? Su corazón le latía apresurado y ansioso.
Pero
en ese momento se le acercó una pava preguntándole lo que estaba
haciendo. Se rió de él cuando compartió su sentir. La pavota le dijo que
era un romántico; y que se dejara de tonterías. Ellos estaban para
otra cosa.
Tenía que ser realista y acompañarla a un lugar donde había encontrado mucha frutita madura y todo tipo de gusanos.
Desorientado
el pobre animalito se dejó sacar de su embrujo y siguió a su compañera
que lo devolvió a la pavada. Retomó su vida normal, siempre
atormentado por una profunda insatisfacción interior que lo hacía
sentir extraño.
Nunca descubrió su verdadera identidad, la de un
Cóndor. Y llegado a viejo, un día murió. Si, lamentablemente murió en
la pavada como había vivido.
¡Y pensar que había nacido para las altas cumbres! Murió como un Pavo siendo un Cóndor.
En definitiva uno elige ser un Cóndor o pavo por escuchar a los demás que se creen sabios.
Mustapic Federico Antonio
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