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jueves, 2 de julio de 2009

ESTE TIPO DE HISTORIAS ME RECUERDA A LO QUE...




Nos pasa a nosotros, le damos una mano a todos, fundamentalmente a los políticos de turno.
Ellos toman nuestras jubilaciones, nos roban nuestros sueños, nuestros sueldos los devoran con la inflación encubierta que ellos permiten a los ministros de economías y como si fuera poco nos piden que los rescatemos.
Lastima que nuestra ayuda no sirva ni para uno ni para otro.
Dice Ander Izaguirre en su libro “Cuidadores de Mundos” que los espeleobuceadores son esas “personas que, cuando ven un manantial, sienten unas ganas locas de meterse en el agua, colarse por la boca de la surgencia y bucear, montaña adentro, por estrechas y serpenteantes galerías inundadas”. “A veces”, explica Ander, “descubren cavernas del tamaño de una catedral, sumidas en una oscuridad absoluta, por cuyas paredes saltan cascadas de una belleza escalofriante que nadie ha visto jamás hasta que los espeleobuceadores las iluminan con sus focos”.

Una de las fosas más profundas y espectaculares jamás exploradas por el hombre está en Sudáfrica y es conocida como el agujero de Boesmansgat, o del “bosquimano”, en lengua afrikáner. Este abismo, de 271 metros de profundidad, tiene una estrecha y claustrofóbica apertura, pero una vez que accedes a su interior, explican los que han vivido la experiencia, bucear allí dentro es como “pasear por el espacio”.

En octubre de 2004, el buceador australiano Dave Shaw se convirtió en uno de los pocos seres humanos capaz de alcanzar el fondo del Boesmansgat. Como él mismo solía recordar, solo seis personas en el mundo (incluido él) habían sido capaces hasta entonces de bucear por debajo de los 250 metros de profundidad, o lo que es igual, “menos gente que los que han pisado la Luna”. Pero en el camino se topó con algo que cambiaría su destino. (Seguir leyendo)


Mientras accedía al fondo arcilloso de aquel abismo, Shaw localizó el cadáver de otro buceador que había muerto allí mismo hacía diez años. Se trataba del cuerpo de Deon Dreyer, fallecido el 17 de diciembre de 1994 mientras ayudaba al buceador Nuno Gomes a alcanzar por primera vez el fondo de la sima. Incapaces de localizar y recuperar el cuerpo, su familia había dado por perdida la esperanza y había colocado una simple placa conmemorativa en la entrada del agujero.

Desde el momento en que salió del agua, Shaw tuvo claro que tenía otra misión por delante. “Debemos volver a recuperarlo”, le dijo a su compañero Don Shirley, y a su regreso se puso en contacto con los padres del buceador desaparecido para organizar una expedición para el rescate de sus restos.


En enero de 2005, después de duros preparativos, Shaw se sumergió en el agua acompañado de un amplio equipo para recuperar los huesos de Deon Dreyer. Los padres del buceador fallecido acompañaron a la expedición y contemplaron toda la operación desde la superficie del agua mientras, uno tras otro, los buceadores se arrojaban al abismo en ordenados turnos para echarse una mano en caso de problemas.

Treinta minutos después de que Shaw se hubiera sumergido, su compañero Don Shirley alcanzó la profundidad de 200 metros donde debía encontrarse con él. Mientras descendía, el agua era tan clara que podía ver la luz de Shaw brillando en el fondo. Pero pronto descubrió que había un problema: la luz no se movía. En aquel momento, tantos minutos después de la inmersión, Shaw debía estar regresando a la superficie con los restos del buceador fallecido dentro de una bolsa que había preparado especialmente para el rescate, pero su luz no se movía en absoluto.

Alrededor de una hora después, los otros miembros del equipo y los padres de Deon Dreyer que esperaban en superficie, vieron emerger una de las tablillas que los submarinistas dejan subir de vez en cuando para comunicarse con el exterior. DAVE NO VA A REGRESAR, decía el mensaje, y en aquel momento supieron que la tragedia de aquel lugar se había convertido en doble. Ni Dreyer, ni Shaw. Ninguno de los dos buceadores volvieron...

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