PARA EL QUE CREE TODO LE ES POSIBLE...
Según dicen los que saben, cuando uno tiene un problema, el verdadero problema, no es el problema sino la forma en que encara uno al mismo. No entendió nada, seguro. Le explico. Supongamos que usted se queda sin trabajo: eso es un problema. Ahora bien, puede encarar la situación de diferentes maneras: puede poner un kiosco y atenderlo de mala gana y con mala cara; o sentirse un inútil y sentarse a llorar; o creer que se le vino el mundo abajo, desesperarse y deprimirse; o inscribirse en alguno de los planes de ayuda social... o puede ver en su problema una oportunidad de cambio y crecimiento. Los que eligieron esto último salieron adelante, como lo pueden testimoniar quienes hoy viven de lo que producen, sean bienes o servicios. Es cierto que no todos consiguen prosperar; los que no se capacitan, no estudian el mercado o no tienen condiciones para llevar adelante su proyecto, se quedan en el camino. Pero hay muchos que encuentran una salida que otros no supieron ver, una oportunidad que otros desaprovecharon, una manera novedosa de presentar algo tan tradicional como un frasco de dulce o un alfajor... y esos logran pisar firme donde el resto pierde el rumbo.
Pensar en positivo cambia la perspectiva de las cosas. ¿Se acuerda del ejemplo del vaso de agua? Si les mostramos un vaso que tenga agua hasta la mitad, el pesimista dirá que está medio vacío, y el optimista dirá que está medio lleno. El vaso es el mismo, la cantidad de agua es la misma, lo único que cambia es la manera de percibir esa realidad. El pesimista se amarga por lo que le falta, y esto ya es suficiente para vivir amargado: ¡siempre algo nos va a faltar! El optimista, en cambio, se alegra por lo que tiene: aunque no sea lo ideal, aunque por el momento no le alcance, el hecho es que tiene algo y a eso se aferra con uñas y dientes. ¡Y siempre tenemos algo...!
Lo bueno de pensar en positivo es que podemos aplicarlo a nuestra vida, a nuestro entorno, y hasta al país. Imagínese que está leyendo el diario, o mirando la tele, y de repente se encuentra este titular: ¡Subió el peso! (o “el peso en alza”). ¿Qué sentiría? Si decimos “bajó el dólar”, seguimos siendo dependientes de esa moneda. Si decimos “subió el peso”... nuestro peso, nuestro sufrido y vapuleado peso, podría empezar a ocupar el lugar que se merece y nos merecemos: el de una moneda sana. De ahora en más, subió el peso, señores periodistas. Díganlo en tono alegre y entusiasta, en lo posible con la Marcha Triunfal de Aída como música de fondo. “Subió el peso” y “bajó el dólar” son dos formas de nombrar una misma realidad, pero el efecto psicológico que produce cada una de esas afirmaciones es totalmente distinto. Podríamos hacer la prueba...
Alguien se tomó el trabajo de matarnos la autoestima, vaya uno a saber con que intenciones. Que este es un país de vagos, de corruptos, de atorrantes, de ignorantes, que de ésta no salimos, que acá nadie hace nada... ¡que gran mentira! Nos sobran heroísmos cotidianos, pero no son nota de tapa porque no venden como el escándalo y la pavada. En el país hay cuatrocientas fábricas convertidas en cooperativas y salvadas del remate por sus obreros, quienes lucharon durante meses para conservar fuentes de trabajo, volver a producir y recuperar su dignidad. Si eso no es heroísmo, si eso no es hacer patria, díganme donde están los héroes y la patria. Ejemplos como éste deberían difundirse todos los días, a toda hora; ver lo bueno que se hace en el país nos levantaría el ánimo y nos daría más fuerzas para pelear por lo nuestro y por lo de todos.
Pensemos en positivo. La crisis tiene su lado bueno: pasado el primer momento de parálisis y estupor, logró ponernos en guardia contra los malos políticos, despabilarnos la creatividad, aguzarnos el ingenio y despertarnos las ganas de hacer cosas nuevas. Pero es imprescindible que ese empuje no decaiga, que sigamos el ejemplo de los que hicieron la punta y se animaron a cambiar, a buscar otras soluciones.
Acuérdese: el problema en realidad no es el problema. El problema es no encontrar la solución y sentirse víctima de las circunstancias. La única manera de cambiar la realidad es aceptarla, buscarle el lado bueno y trabajar para modificarla. En lugar de llorar sobre la leche derramada, es preferible arremangarse y ordeñar de nuevo la vaca. Y si la vaca se fue, pues tendremos que ir a buscarla. Y si no la encontramos, pues ordeñemos una cabra. Y si no hay cabras a mano, pues no tomemos leche, tomemos agua. Y si no hay agua...chupemos yuyos. Y si no hay yuyos, a caminar hasta encontrar un río, o una cabra, o una vaca. Tarde o temprano alguna se nos va a dar, y cuanto más caminos intentemos más posibilidades hay de vislumbrar una salida.
¡Subió el peso! Suena lindo...
No soy ciega, ni INGENUA: hay cosas que están MUY mal y es necesario mostrarlas sin anestesia, porque tampoco es cuestión de vivir en la ignorancia o en la mentira. En los hospitales no quedan ni gasas, y los que no tienen obra social más vale que se santigüen para ver si Dios provee... pero tenemos médicos y enfermeras que hacen milagros con nada, y de eso nadie se acuerda. Hay hambre, pero hay gente solidaria trabajando para los que tienen hambre; hay ladrones y corruptos, pero hay gente dispuesta a sacrificarse por los demás. Busquemos a esos héroes, a los que luchan, a los que curan, a los que ayudan, mostremos sus caras, contagiémonos de su generosidad. Démosle espacio a los buenos ejemplos, y tendremos una herramienta más para educar a nuestros hijos en la cultura del amor, el trabajo, la justicia y la solidaridad.
Eso sí: a Dios rogando, y con el mazo dando. No basta con “pensar en positivo” para que los problemas desaparezcan. También hay que enderezar lo que está torcido, y enderezarlo en serio: cuando el malo recibe su castigo, el bueno tiene un motivo más para seguir siendo bueno.
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