La guerra de monedas con un poco de humor sobre la crisis económica mundial en ciernes.
El mundo financiero sigue en llamas. Ante la paralizacion de sus economias los “paises serios” aplican sucesivos “planes de estímulo” reduciendo las tasas de interés, que en muchos casos, llegan incluso hasta el 0 por ciento. El objetivo buscado sigue siendo el mismo: reactivar sus economías a partir de la inyección de grandes dosis de dinero y de abaratar fuertemente el costo de los créditos. Estos mecanismos debilitan de manera notable el valor de sus divisas. Las naciones industrializadas están buscando nuevas formas para evitar la deflación e impulsar el crecimiento, mientras que los paises emergente tratan de mantener la ventaja competitiva que les permitiría salir triunfadores de la crisis crediticia. El mundo desarrollado en conjunto se se ha embarcando en una devaluación crónica y constante contra las divisas de países emergentes. El Viejo Continente como los EE.UU. intentan evitar a toda costa un fortalecimiento de sus divisas.
Es una reacción inevitable al crecimiento de los emergentes y a la necesidad de los países exportadores de mantener su competitividad. Dos tercios del consumo privado mundial está en manos de los EE.UU., la Eurozona, Japón y Reino Unido, y las perspectivas de crecimiento que encuentran para el próximo lustro resultan ser muy inferiores a las de las dos últimas décadas. Ante este panorama varios de esos países buscan depreciaciones para poder crecer en el envío de sus productos al mundo.
En cambio, la fortaleza de los emergentes genera que les ingresen grandes flujos de capitales por parte de inversores que buscan mayores retornos a los obtenidos en los países desarrollados, lo cual deriva en una enorme presión alcista para sus monedas y en una mayor dificultad para vender lo que producen fronteras afuera. Los Bancos Centrales de los países desarrollados continúan bajando las tasas de interés y comprando todo tipo de activos para volcar más liquidez al mercado, todo ello con el doble objetivo de promover el consumo interno y no dejar apreciar la moneda local. Para aquellos en desarrollo en general y en Latinoamérica en particular, este escenario se traduce en el desafío de administrar un significativo ingreso de capitales en busca de mayores rendimientos. Para mantener el tipo de cambio en niveles competitivos los bancos centrales deben comprar el exceso de divisas, que trae como consecuencia una mayor emisión monetaria. Para acotarla, se intenta esterilizarla a efectos de evitar una repunte en la inflación. Cuando todos los gobiernos empiezan a depreciar sus monedas, se entra en una espiral de devaluaciones donde nadie consigue ganar competitividad con respecto al resto, sino que se desvalorizan todas las monedas en su conjunto. Si esto no se detiene todos sabemos cómo termina: brusca caída del comercio mundial y mayor probabilidad de recesión.
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