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miércoles, 16 de diciembre de 2009

Todavía hay esperanza para los pobres...

Hace muchos años me compartieron varios hechos milagrosos, los cuales coincidían con la fecha de estas fiestas. Una de ellas al escucharla me produjo un nudo en la garganta por la emoción y se las quiero compartir.
Puede que hoy día, se vuelva a repetir la misma experiencia de “LA MUJER POBRE”
No era una Navidad más, esta había llegado con más frío de lo normal para esta época. Jamás cayó tanta nieve como esta Navidad. Se notaba el frío porque no había gente por las calles, salvo aquellos que circulaban por razones de urgente necesidad.
Los carámbanos, cada hora que pasaba, más grandes se hacían. Las chimeneas de muchos hogares despedían un humo blanco y el calor de los leños encendidos.
Todos los vecinos en los diversos comercios, hablaban del calor del hogar y que hermoso era compartir un chocolate caliente, sentados todos juntos, contemplando el fuego acogedor del hogar a leña. Hogar que no todos tenían y aquellos que lo tenían lo encendían durante el día porque no disponían de tantas riquezas para encender la leña durante toda la noche, estos humildes vecinos tenían buenos cobertores o frazadas para soportar el frío invierno del Norte.
Un leñador cada tanto traía al pueblo la leña, para venderla y así la gente podía pasar este crudo invierno con el calor de un hogar encendido.
Las calles estaban desiertas y por una de ellas avanzaba una mujer pobre, con sus ropas gastadas, de tanto lavarlas. Muchos años pasaron desde la última vez que alguna ropa se había comprado para ella o su familia. Su rostro reflejaba muchas batallas y con ellas las tantas derrotas sufridas. Pero ese día había decidido cambiar el curso y el resultado de sus antiguas batallas. Ese día se despertó con otro pensamiento. Externamente parecía destruida, pero internamente ese día después de muchos años amaneció con un pensamiento diferente. Ella decía en su interior: “Hoy es el mejor día de mi vida y lo voy a vivir plenamente”.
No obstante, temblando de frío y con reverencia, entró en un almacén. Esta pobre mujer se acercó al dueño del comercio y, de una forma muy humilde, con la voz entrecortada se dirigió a él, preguntándole si podía llevar algunas cosas a crédito. Con voz suave, le explicó a su interlocutor que su esposo estaba muy enfermo y que no podía trabajar; que además tenían siete niños y necesitaban comida. El dueño, con gesto antipático, le pidió que abandonara su despensa.
La mujer, madre de siete criaturas no se rindió porque ella conocía su necesidad y la penurias por las que su familia estaba pasando, no se rindió ante la respuesta del huraño ser e insistió diciendo:
- Por favor, señor .Se lo pagaré tan pronto como pueda.
El dueño le dijo que no podía darle crédito ya que ella no tenía una cuenta de crédito en su almacen. De pie, cerca del mostrador, se encontraba un cliente que escuchó la conversación entre el almacenero y la mujer. El cliente se acercó y le dijo al propietario que él se haría cargo de lo que la mujer necesitara para su familia. El dueño preguntó a la mujer:
- ¿Tiene usted una lista de lo que quiere comprar?.
La mujer dijo: - Sí señor.
- Está bien, dijo el dueño, ponga su lista en la balanza y lo que pese su lista, yo se le daré en comestibles.
La mujer titubeó por un momento y agachando la cabeza, se preguntaba para su interior: “¿Qué tipo de comestibles me darán frente al peso de una hoja de papel?”, pero ella cobró fuerzas de su interior, decidió luchar, buscó en su cartera un pedazo de papel y escribió algo en él. Puso el pedazo de papel, aún cabizbaja, en la balanza de la justicia de ese hombre insensible.
Luego sucedió lo increíble, perplejos los ojos del dueño y del noble caballero, se llenaron de asombro cuando el plato de la balanza con ese pedazo de papel, se fue hasta lo más bajo y se quedó así inmóvil desde el inicio hasta el final de ese momento tan humilde que compartieron los tres involucrados.
Fue un instante solemne donde el cielo y la tierra se juntaron con un propósito.
El dueño del local, incrédulo no dejaba de mirar la balanza impertérrita, para decir en todo momento:
- ¡No lo puedo entender!
El parroquiano sonrió y el dueño comenzó a poner comestibles al otro lado de la balanza. La aguja de la balanza no se movía, por lo que continuó poniendo más y más comestibles hasta que ya no se pudo colocar más cosas en el plato contrario al que tenía el papel como contrapeso. El almacenero se quedó allí, parado, asombrado y furioso. Finalmente, agarró el pedazo de papel y lo miró y leyó con mucho más asombro.... No era una lista de compra, era una oración que decía:
"QUERIDO Y SOBERANO DIOS, TU CONOCES MIS NECESIDADES. DEJO NUESTRA DESESPERACIÓN EN TUS MANOS".
El almacenero le entregó todos los comestibles que había reunido en el plato de la balanza y quedó allí en una actitud ahora reflexiva, cabizbaja, humilde, en silencio. Luego la mujer humildemente le dio las gracias y abandonó el negocio con la frente en alto.
No obstante el cliente garante, de la mujer, le entregó un billete al dueño, muy importante que superaba con creces lo entregado a la madre de la familia pobre. El noble hombre después de pagar los gastos de dicha mujer comentó:
- Valió la pena pagar cada centavo de la compra, POR FIN SUPE LO QUE ES LA FE y lo que hace muchos años leí en un libro sagrado que decía:
“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.”
“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.”
“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.”
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.”
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia.”
“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.”
“Bienaventurados los que hacen la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.”
“Bienaventurados los que son perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.”
DIOS responde siempre a una oración, de un angustiado.
Aquella Navidad, fue distinta para la familia de LA MUJER POBRE. Los niños se regocijaban entorno a la mesa milagrosamente proveída de una cena navideña.
El papá y la mamá invitaron a sus hijos a dar gracias a Dios por su milagroso abastecimiento e infinita bondad.

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