¡Y PENSAR QUE HABÍA NACIDO PARA VIVIR EN LAS ALTAS CUMBRES!
Cuando veo que en una nación como la Argentina o cualquier otra nación latinoamericana se acercan los períodos preelectoralistas.
Me doy cuenta que el Jurassic Park de Steven Spielberg es una realidad. Me estoy refiriendo a aquellas especies las cuales habían desaparecidos de la faz de la tierra, porque un aerolito de grandes proporciones habían caído por la zona de la península de Yucatán, el aerolito se llamaba VOTO POPULAR.
Pero alguien clonó a los restos mortales de las especies perdidas. Su ADN el de los pterodáctilos, brontosauros, tiranosaurios, …vaya uno saber que otro espécimen, se mezclo con una suerte de rana o serpiente para darle vida.
Pero a la vez lo anterior me recuerda que los vecinos deben recordar otra historia y es la que les recuerdo renglones abajo.
Una vez un paisano, que andaba escalando la cordillera, encontró
entre las rocas de las altas cumbres un extraño huevo, demasiado grande para compararlo con el de una gallina. Además hubiese sido difícil que esta ave de corral llegara allí para depositarlo. Imposible que fuese de ñandú
No conociendo su origen, decidió sustraerlo del lugar.
Regresando a su casa, se lo confirió a la patrona, como un trofeo de su incursión por las altas cumbres andinas.
Su esposa recordó que justamente tenía una pava empollando una nidada de huevos recién colocados. Viendo que más o menos era del tamaño de los otros, fue y colocó también a este debajo de la pava clueca.
Dio la casualidad que para cuando empezaron a romper los cascarones los
pavitos, también lo hizo el pichón que se empollaba en el huevo traído de los Andes patagónicos. Y aunque resultó un ave no del todo igual, no desentonaba demasiado del resto de la nidada. Y, sin embargo, se trataba al final de cuentas de un pichón más. Aunque había nacido en un ambiente de pavos, la vida le venía de otra fuente.
Como no tenía de donde aprender otra cosa, el pichoncito imitó lo que veía hacer. Piaba como los otros pavitos, y seguía a la pava grande en busca de gusanitos, semillas y desperdicios. Escarbaba la tierra, y a los saltos trataba de arrancar las frutitas maduras del “calafate”.
Vivía en el corral, y le tenía miedo a los “caranchos” que muchas veces venían
a disputarle lo que la patrona tiraba en el patio de atrás, después de las comidas. De noche se subía a las ramas de una vieja araucaria más muerta que viva, por miedo de las cimarrones y otras alimañas. Vivía totalmente imbuido de la pavada, haciendo lo que veía hacer a los demás.
A veces se sentía un poco extraño. Sobre todo cuando tenía oportunidad de estar a solas. Pero no era frecuente que lo dejaran solo. El pavo no aguanta la soledad, ni soporta que los otros se dediquen a ella. Es ave de bandada, de sacar pecho para impresionar, de abrir la cola y arrastrar el ala. Pero cualquier cosa que impresione, es inmediatamente respondida con una sonora burla. Cosa muy típica de estos pajarones, a pesar de ser grandes, no vuelan, son rastreros.
Un mediodía de cielo claro y nubes blancas allá en las alturas, nuestra extraña ave quedó sorprendida al ver una extrañas aves que planeaban majestuosas, casi sin mover las alas. Sintió como un sacudón en lo profundo de su ser. Algo así como un llamado de sus ancestros que inspiraban su instinto animal. Sus ojos acostumbrados a mirar siempre al suelo en busca de comida, no lograban distinguir lo que sucedía en las alturas. Pero su corazón despertó a una nostalgia poderosa. ¿Y él, porque no volaba así? Su corazón le latía apresurado y ansioso.
Pero en ese momento se le acercó una pava preguntándole lo que estaba haciendo. Se rió de él cuando compartió su sentir. La pavota le dijo que era un romántico; y que se dejara de tonterías. Ellos estaban para otra cosa.
Tenía que ser realista y acompañarla a un lugar donde había encontrado mucha frutita madura y todo tipo de gusanos.
Desorientado el pobre animalito se dejó sacar de su embrujo y siguió a su compañera que lo devolvió a la pavada. Retomó su vida normal, siempre atormentado por una profunda insatisfacción interior que lo hacía sentir extraño.
Nunca descubrió su verdadera identidad la de un Cóndor. Y llegado a viejo, un día murió. Si, lamentablemente murió en la pavada como había vivido.
¡Y pensar que había nacido para las altas cumbres! Murió como un Pavo siendo un Cóndor.
En definitiva uno elige ser un Cóndor o pavo por escuchar a los demás que se creen sabios.
Mustapic Federico Antonio
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