¿En nuestra sociedad quien es quien?
Hay historias que se asemejan en su idea, es probable que en el día de ayer algunos vecinos se hayan sentido molestos porque tan solo publique un escrito y nada más.
Pero voy a explicarles lo que todos juntos hemos logrado, que hoy día exista un medio que recopila las aberraciones de la justicia humana, para que sobre nuestros errores aprendamos lo que significa justicia adicta.
Hemos empezado a construir la red más importante de Latinoamérica para denunciar a los estados americanos que vulneran los Derechos Humanos y como tales además van minando la salud, vida o existencia de todos los vecinos al no respetarlos como sujetos del Derecho.
Por este medio publicaremos entonces, escritos que serán instrumentos útiles como consulta o para utilizarlos como jurisprudencia en defensa de los más vulnerables.
La razón de este fundamento es por lo que ya todos conocemos. Han pasados los años de nuestra independencia. Pero existen Lobos Feroces, poderes dependientes de miserias humanas, que nos quieren comer vivos, pero si permanecemos unidos, lograremos triunfar por sobre toda fuerza o poder maquiavélico que se levante en contra de la unidad solidaria y vecinal.
Para explicarlo todo en una forma un poco más didáctica parafraseando y acomodando la historia de los tres cerditos y el lobo feroz a la realidad del vecino. Les cuento la siguiente historia: Me llamo Juan. Soy un viejo lobo de mar, así nos dicen a los marineros que estamos a punto de jubilarnos. Les escribo desde una cárcel, que no sé donde está. Me imagino que muchos han sido encarcelados injustamente como yo. Estoy a punto de quedar en libertad por cuanto he de cumplir con la injusta pena que me fue impuesta. He sido acusado de terrorista y autor de tres atentados contra la vida de tres vecinos. Y aclaro injustamente, por cuanto, por alguna extraña razón, nadie quiso nunca creer en la versión de los hechos que les expongo a continuación:
Una tarde de verano en que yo estaba trabajando en mi campo cosechando el trigo con mí maquina cosechadora. Jamás me imaginé que alguna vez habría de ver un ciclón donde yo moraba.
Había comprado la tierra con todos mis ahorros y, por fin, vivía como siempre había soñado. Aquel verano, tres vecinos construyeron unas pequeñas casas dentro de mis terrenos con mi autorización. No me preocupó, pues comprendía de la necesidad de ellos y sus familias. Acordamos un comodato para evitar toda suspicacia por ambas partes.
Pero lo que nunca pasó, luego de años de convivir, confraternizar y ayudarnos solidariamente, un mediodía sucedió. El cielo se oscureció de tal forma que me causó pánico. Decidí volver a mi hogar, cuando en el trayecto observé como un violento ciclón se acercaba peligrosamente hacia nuestras casas. Corrí desesperadamente hacia la primera, de las casas de mis vecinos, la cual estaba construida de adobe. Antes de poder auxiliarlo, la casa se vino abajo y el vecino en su desesperación buscó refugio en la de su vecino inmediato. Pero el ciclón no cesaba, por tal motivo me dirigí expeditivo hacia la siguiente construcción del otro vecino para avisarles que se refugiaran en el sótano, pero fue inútil, porque esta casa aunque construida de vigas metálicas y paredes de fibrocemento, corrió la misma suerte que la anterior, el ciclón la destrozó. Las dos familias damnificadas como veían que el fenómeno en cualquier momento podría arrastrarlos a ellos como último recurso corrieron a la casa del tercer conurbano la cual estaba solidamente construida para refugiarse. Para entonces, como estaba tan ocupado en ayudar a mis vecinos notificándoles de lo que se avecinaba, ellos no se dieron cuenta que aún a riesgo de mi propia integridad, iba yo atrás de ellos avisándoles del peligro.
En un momento, el ciclón estuvo a punto de tragarme, de no ser por mi conocimiento de cómo actuar en alta mar ante los tifones.
Por tal razón y acto seguido golpee desesperadamente a la puerta para que me abrieran, cosa que no logre, porque el chiflido era tan ensordecedor que ellos no escuchaban mi solicitud de auxilio.
Como no me abrían, intenté entrar desesperadamente por la chimenea en un acto de arrojo y valentía. Lamentablemente caí sobre las brazas encendidas del hogar que quemaba leña.
Cuando el ciclón pasó, desperté en un hospital de la cárcel. En mi lecho de dolor me comunicaron que los vecinos habían puesto una denuncia ante los estrados judiciales, por derribar dos de sus tres casas e intentar prenderles fuego, cuando yo ardía a consecuencia de haber caído sobre el fuego que yo encontré en el hogar. En el juicio, todos creyeron a los tres cómplices. Creo que su aspecto humilde ayudó mucho. Cuando yo dije que estaba cosechando trigo al momento de generarse el ciclón, el jurado se rió, y oí comentarios sobre como yo soplé sobre sus hogares, de mis enormes dientes y sobre la imposibilidad de que un lobo de mar pudiera ser vegetariano, así como sobre mi aspecto desaliñado, como mis extrañas vestimentas de marinero. Ahora digo yo: ¿cómo es posible que alguien pueda creer que soplando pudiera derribar dos de sus casas e intentarlo con la tercera? ¿Por qué todos pensaron que un viejo marinero no podía ser propietario de los terrenos?
Lo único que yo quería era vivir tranquilo en mis tierras, cosechar mi trigo. Ahora estoy enfermo y encerrado. Cuando acabe la condena, creo que volveré al mar de donde soy y de donde nunca debí salir.
Como reflexión podemos inventar la historia que queramos, pero los estrados judiciales le creen más a los cómplices que a un pobre y honrado trabajador.
Me cabe una sola reflexión y a manera de pregunta: ¿La ley fue creada para marcar un límite o para limitar la libertad del vecino en función de un prejuicio?
Federico Antonio Mustapic
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