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domingo, 29 de abril de 2007

La Mona por más que se vista de Seda Mona Queda.

¿Hay posibilidades de cambiar nuestra vida? , ¿Existen otras alternativas viables? ¿De elegir y no aceptar las soluciones o propuestas tendenciosas?. Ud. y yo percibimos que es posible, que el tiempo a llegado, durante años fue callarse pero ahora Ud. Conoce la intimidad de todo, ya nada se escapa al control y al ojo incisivo de la sociedad, nos estamos comunicando.

La costumbre nos lleva a efectuar una composición de perfiles, contornos, buqués, aromas, colores, y todo esto para disfrutar de un excelente manjar en el mejor momento y saciarnos porque lo merecemos. Pero los contratiempos, las llamadas telefónicas inoportunas, que alguien nos pregunta algo, luego le explicamos y cuando nos queremos acordar, ya es tarde, porque la centolla al champagne se recalentó o la pizza quedó más dura que un plato con tomates encima, todo nuestro sueño se destruyo, se vuelve un gran mazacote donde solo se distinguen los ingredientes, pero del gusto y el placer nada queda.

Lo de “un cambio, algo bien pensado, la alternativa, detectar ...vida nueva...etc.”, entonces, es apenas un deseo que nunca se va a cumplir, aunque hagan el intento de algunos cambios, casi siempre externos: calles nuevas, veredas nuevas , más trabajo nuevo,..pero todo con la esencia vieja, y lo peor con el mismo cerebro viejo y corrompido. Es eso exactamente, una llamada inoportuna , molesta e inapropiada, destructora de nuestros sueños.

Hace unos días, al salir a buscar a un vecino para acercarlo a su domicilio, me encontré con que llovía suavemente. Esperé que pasara un taxi, y luego otro vehículo y la pregunta del millón fue: ¿pasaremos nosotros?. Como no veía que ninguno se quedaba, me anime y empecé a atravesar el camino de agua, mirando la lluvia, cuando en ese momento tuve un éxtasis y me dije: ¿Por qué no, un cambio?. Y salí del hecho angustiante, la pileta semiolimpica de la EPET, con mi vehículo, ya dispuesto a todo, aún al chapuzón de colección, como los que me deleitaban tanto en mi adolescencia. Mientras transitaba hacia mi casa a marcha lenta, sacando los malos pensamientos, con los baches llenos de agua y sin molestarme en esquivar charcos, traté de recordar cuánto tiempo hacía que le tenía miedo al cambio, en soledad y como me refugiaba debajo de las sabanas ante el más mínimo ruido ensordecer de un refucilo.

Descubrí entonces que me había convertido en un promesa-dependiente, de la misma manera que nos vamos volviendo adictos a tantas cosas: al discurso, la chicana, las reuniones programadas, los aprietes infaltables, las personas importantes, el puntero, la caja de sorpresas y ayuda social... cosas, individuos o estilos sin las que ya no somos nosotros mismos, como si la coincidencia pasara por lo que ellos nos prometen.

¿Y si hiciéramos de cuenta que tenemos vida nueva? ¿Porqué no hacer el intento de desprendernos de a poco de los condicionamientos, de lo que nos quita independencia y nos destruye la libertad?. Del discurso preelectoralista, por ejemplo. No tendríamos que llevarlo a todas partes como la tabla de multiplicar, la calculadora o la agenda, “por las dudas”, y no nos sentiríamos en falta, ante las próximas elecciones. Simplemente, saldríamos confiados como hice yo con mi auto, ante semejante contratiempo, como si nada, porque el espíritu, nuestro verdadero yo, no se gasta con el discurso... ni con abrazos, ni los besos, ni con la risa falsa, ni con el llanto insensible, ni con cada cosa extraña, maravillosa, que pueda usar para convencernos.

SOMOS LIBRES DE ELEGIR LA HONESTIDAD. TODAVÍA SE PUEDE.

COMO AL OBISPO PIÑA EN MISIONES.

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